miércoles, 8 de febrero de 2012
Una historia de amor entre hombres que no fue
Uno, un auténtico. Carismático. Atractivo, rubio, excelente cuerpo, hermoso rostro, sonrisa mágica, mirada dulce. Germán creció en una pequeña ciudad de la zona sur de buenos aires. Su familia, estable, clásica argentina, era una cuna de crecimiento y de apoyo para él. Y lo seguirá siendo hasta que se muera. Ya desde los doce años trabajaba con su padre en el almacén del barrio. Todos los días, cuando volvía de la escuela entraba a trabajar. Pero su gran amor fue siempre su vínculo maternal con la madre y que hoy extraña seguramente. Tiempo después llegando a la adolescencia, no fue problema para él tener novias y conquistar chicas. Él era muy popular.
Creció siempre entre lo simple, entre los chicos de su barrio, que conoce de toda la vida. Algunos quizás se fueron, pero la raíz siempre fue la misma. No sé si en esa época sintió algo alguna vez por algún otro chico. Estoy casi seguro que si sintió algo por Marcos alguna vez.
Marcos nació (según Google Earth) a 3156.20 km de distancia de Germán. Y solo viajo esa distancia para escuchar de él un “sabes que yo no… ” (No soy puto, no me la como, no soy gay, no… te amo.)
Marcos nació en una familia bien posicionada de Lima. Por parte de la flamante madre, familia (supuestamente) de apellido, y por parte de padre, un profesional con trayectoria (psiquiatra… irónica la vida). A los 4 años dejo su Lima natal para residirse en la caótica Buenos Aires. Era un chico muy callado. En los recreos se lo veía solo, caminando entre los árboles, lejos de los chicos revoltosos… quizás se imaginaba aventuras, nuevos mundos, o solo pensaba…
A pesar del cariño de su madre y de tener una infancia muy feliz, entre amigos de barrio, fiestas de cumpleaños y una cuadra muy sociable, Marcos sentía que no encajaba en la vida. Simplemente cuando veía una película de Disney salía encantado, pero al rato se frustraba porque no encajaba en los esquemas: Le gustaba el príncipe, pero él no podía ser princesa. Se odió por eso casi dos décadas. Desde chico, ese dolor lo fue comiendo de a poco, hasta que tuvo que morir para volver a nacer.
Mientras tanto, su familia poco a poco se fue partiendo. Las navidades siempre fueron ellos solos, hasta que le toco con apenas 16 años, salir de la burbuja sobre protectora de olivos y vivir el desamparo, la depresión, el hambre y la crisis de los fines de los 90. También Navidades solo. Marcos se estaba convirtiendo en un chico triste, pero a su vez se fortalecía, pero solo lo suficiente para soportar como mucho una semana más. Y así pasaban los años. Aprendió a canalizar su tristeza en el colegio: era un chico 10, muy responsable. También se convirtió en tricampeón provincial de natación, entre otros títulos. (Siempre se decía a pesar del agotamiento muscular, el hambre y la tristeza: “Tengo que nadar, tengo que seguir nadando”).
A los 18 años ya era un muchacho atlético, blanco, castaño y de mirada ruda pero atractiva. A esa edad tuvo un encuentro sexual fortuito que seguro Dios le puso en el camino y que le cambio el rumbo de su vida. No se podía seguir engañando y el dolor era terrible. Casi lo podía soportar, y su odio a si mismo aumentaba haciendo presión en su cráneo. Aguantó unos meses hasta que tuvo que decidir, entre lagrimas, semanas de encierro sin salir de su cuarto, sin bañarse, y casi sin comer, entre explotar (liberarse) o implosionarse (cortarse las venas en la bañera).
Hoy no sabe aún si hizo lo correcto: Él decidió explotar.
Cuando Marcos conoció a Germán solo tenía 23 años y batallas ganadas y otras de las que se puedo levantar. Lo conoció en una capacitación laboral y se enamoró a primera vista. Germán ni siquiera le prestó atención. Germán tenía 32, ya estaba casado para entonces, con familia. Meses después Marcos tuvo que trabajar bajo las órdenes de Germán. Marcos amaba ir a trabajar porque solo con verle se sentía feliz.
Pero con el tiempo, las miradas entre estos dos muchachos se acaramelaban más y más. Eso confundió a Marcos. Más de una vez Germán tuvo comportamientos que podrían entenderse como una insinuación hacia Marcos. En una cena de amigos, por ejemplo, Germán se la pasaba haciendo chistes sobre la condición sexual de Marcos. Este solo se levantó y se fue (solo lo hizo al terminar de cenar y sin hacer escándalos). Germán al día siguiente le recrimino que solo había ido porque él se lo había pedido y así todo lo había dejado solo (era una cena de compañeros de trabajo). Más de una vez compañeros de Marcos le decían que Germán “lo relojeaba” (se le escapa la mirada por atracción sexual). La verdad solo la sabe Germán.
Amigos de Marcos opinaban no solo que Germán era gay, sino que un pasivo histérico (seguramente) y que es muy probable que ya se esté comiendo un pibe por ahí a escondidas. Marcos sabe es que es una posibilidad, y eso le rompió los ya rotos pedazos del corazón.
¿El fin de esta historia…?
Marcos sabía que tenía que sacarse ese peso de la espalda. Cargar un amor en duda por tantos años no lo seguiría soportando. Por eso, una tarde lo llamo por celular y le dijo que tenía que hablar con él, pero fuera del horario de trabajo. Germán accedió.
Así fue, como sentado en un rincón Germán escuchaba a Marcos decirle que lo amaba. Germán fue muy educado. Solo dijo que él le caía muy bien, que no sabía que decir, que era un balde de agua fría lo que escuchaba. Marcos entendía y sabía que eso iba a pasar, pero necesitaba cerrar su historia, el círculo. “Seguro que te estoy haciendo pasar un momento incomodo, y te pido disculpas, pero necesitaba sacarme esto de encima”. Germán recurrió a un chiste que Marcos siempre le hacía cuando trabajaban juntos, le decía que a los cuarenta se iba a hacer puto. “Bueno… quizás a los cuarenta… jajaja” Marcos le dio a entender que no iba a esperar.
Marcos solo recuerda desde hace menos de un mes de esto, cuando Germán le dijo: “Vos sabes que yo no…” y se lamenta haberlo conocido.
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